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Hace un tiempo tuve la
oportunidad de ver “Web Junkie” (2015), un magnífico documental sobre un centro chino dedicado a la rehabilitación de jóvenes adolescentes adictos a videojuegos online. China fue el primer país del mundo en considerar la adicción a internet
como un trastorno psicológico. En este documental se refleja el funcionamiento
de un centro experimental ubicado en Pekín y dirigido por el Dr. Tao Ran. Al margen de algunos
procedimientos más que cuestionables -muchos adolescentes son literalmente secuestrados para ser internados-, o de la filosofía militarizada de fondo y la vestimenta de camuflaje,
la metodología utilizada en este centro se basa en la organización del tiempo y
el espacio, la cohesión del grupo y la interacción social, la nutrición saludable, la actividad física y la
terapia individual y familiar. A mí, personalmente, no me pareció ningún despropósito.
Aunque por el momento no aparecen en el amplio catálogo del DSM-V o el CIE-10, muchos países del primer mundo
constatan el aumento de los denominados IAD (Internet Addiction Disorder). Se
están llevando a cabo diversos estudios para definir qué es un IAD, así como los diferentes subtipos y sus características: adicción al cibersexo, al ciberjuego, a lo cibersocial… Los límites entre los diferentes tipos de “trastornos” no están
todavía definidos y queda por tanto un largo camino por recorrer.
La pregunta es: ¿Cuándo puede considerarse que nuestra actividad en la red es una adicción? Muchos autores hablan de adicción al superar las 6 horas diarias, sin contar la actividad laboral o académica habitual. Este es considerado el límite entre lo “normal” y lo “patológico”. Otros autores y estudios hablan de la adicción cuando aparecen determinadas conductas asociadas: mirar el móvil de forma compulsiva cada pocos minutos aunque no tengamos notificaciones, despertarse a mitad de la noche para consultar el celular, o eludir responsabilidades personales, profesionales o académicas para “vivir” en ese tiempo robado en la red.
La pregunta es: ¿Cuándo puede considerarse que nuestra actividad en la red es una adicción? Muchos autores hablan de adicción al superar las 6 horas diarias, sin contar la actividad laboral o académica habitual. Este es considerado el límite entre lo “normal” y lo “patológico”. Otros autores y estudios hablan de la adicción cuando aparecen determinadas conductas asociadas: mirar el móvil de forma compulsiva cada pocos minutos aunque no tengamos notificaciones, despertarse a mitad de la noche para consultar el celular, o eludir responsabilidades personales, profesionales o académicas para “vivir” en ese tiempo robado en la red.
Es conocido el caso de los denominados
Hikikomori japoneses, que llegan a permanecer años encerrados en su habitación
conectados al mundo solo por su realidad virtual. Es el caso de los jóvenes que
aparecen en “Web Junkie”, que pasan días enteros jugando en la red.
Desafortunadamente, es el caso de varios adolescentes con los que trabajé en
unidades escolares especiales desde el 2000 hasta el 2009 en Barcelona. Es
también el caso de algunos jóvenes con los que he trabajado como Orientador, ya a nivel privado, en los últimos 5 años y en el barrio de Sants de la ciudad condal.
Los Hikikomori y los "Web Junkies" no son ficciones lejanas, sino que ya están aquí: adolescentes que llegan a agredir a sus progenitores o causan destrozos en el hogar cuando se les retira la consola de videojuegos, que abandonan los estudios, que se encierran en su habitación durante casi todo el día para jugar y relacionarse en la red. Adolescentes que abandonan sus hábitos básicos y responsabilidades, que dejan de prestar atención a sus necesidades reales. Pero también es el caso de adultos que viven permanentemente enganchados a, por ejemplo, algo tan aparentemente inofensivo como las "redes sociales".
Los Hikikomori y los "Web Junkies" no son ficciones lejanas, sino que ya están aquí: adolescentes que llegan a agredir a sus progenitores o causan destrozos en el hogar cuando se les retira la consola de videojuegos, que abandonan los estudios, que se encierran en su habitación durante casi todo el día para jugar y relacionarse en la red. Adolescentes que abandonan sus hábitos básicos y responsabilidades, que dejan de prestar atención a sus necesidades reales. Pero también es el caso de adultos que viven permanentemente enganchados a, por ejemplo, algo tan aparentemente inofensivo como las "redes sociales".
Las redes sociales de mayor popularidad se basan en
nuestros mecanismos cerebrales de recompensa. Cuando recibimos un “like”,
alguien nos “retweetea”, o aparece un nuevo “follower” o “amigo” nos genera
una descarga de endorfinas, lo que refuerza nuestra conducta de volver a
publicar un post o seguir conectados en espera de volver a encontrar la respuesta
hormonal asociada al placer y obtener así la supuesta "recompensa". Así de simple.
El patrón que se
repite en los adolescentes chinos, japoneses y barceloneses de
los que he hablado anteriormente está marcado por varios aspectos comunes que al mismo tiempo nos orientan en la forma en la que podemos intervenir, tanto a nivel preventivo-proactivo como a nivel terapéutico-educativo:
1. Adolescentes que buscan un grupo de iguales al que pertenecer. En nuestros
días, la forma más fácil de "socializar" es internet. La alternativa que
podemos activar es la de prevenir el enganche a la red desde la infancia,
centrándonos en los intereses del niño y estimulándolo a participar en
actividades grupales más saludables y formativas: actividades deportivas,
artísticas o de tiempo libre en la Naturaleza, por ejemplo.
2. Los
familiares se sienten impotentes para gestionar los problemas, o bien cuando quieren
hacerlo encuentran que ya es demasiado tarde. La prevención del
problema pasa por establecer unos horarios desde el principio, controlar los accesos -algo que ofrecen todos los antivirus de calidad- y sobretodo por mantener una presencia real de la familia y de las relaciones afectivas positivas. Un complemento ideal en este cometido es el desarrollo de habilidades de análisis y negociación.
3. En todos los casos se
llega a confundir la vida real con la virtual. La mejor opción en este sentido
reside en volver a conseguir la focalización de la atención en la realidad social, física y emocional inmediata al individuo. Necesitamos estímulos reales que activen los
centros neuronales asociados a la recompensa. El abrazo sincero y emocionado de los padres con sus hijos adolescentes en la parte final de "Web Junkie" es un gran ejemplo de estímulo real de recompensa. Un "estoy orgulloso de tí y te quiero" es una gran recompensa. Estímulos reales de recompensa que muchas veces no se dan y quedan en el aire.
Lo más triste es que cada día podemos encontrar en el metro o el autobús, en restaurantes, en centros comerciales, en casi todas partes, a niños menores de 3 años enganchados a la pantalla del móvil mientras sus familiares empujan el carrito de paseo hacia un futuro poco esperanzador.